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Nosotros, los alienígenas

Botellas de materiales reciclables, conversaciones por medio de Google traductor y videos de extraterrestres. Es a través de los detalles mundanos que los directores Adán Aliaga y Álex Lora elaboran un mural sobre la miseria y los sectores olvidados de Nueva York. “The Fourth Kingdom”, interioriza en las vidas de un grupo miembros de una comunidad chatarrera en su día a día, mediante un inusual y cautivante relato.  

En el filme hay un claro discurso humanista que representa su mayor fortaleza. Las vidas de los protagonistas son retratadas con dignidad y respeto, sin nunca tratar de embellecer la pobreza. Se muestra a quienes pertenecen a esta comunidad como lo que son “personas, y no alienígenas”, el despectivo término por el cual son referidos los migrantes indocumentados en los Estados Unidos.

El documental representa una severa crítica sistema económico estadounidense, en el que no parece haber espacio para todos, y personas como Anita y René, las dos personas en las que se centra la narración, deben vivir fuera de aquella Nueva York idealizada donde hay oportunidades.

El llamado “sueño americano” no es más que una falsa promesa, que trata de ocultar la realidad de una sociedad donde el débil y vulnerable es aplastado e ignorado.    

La presentación visual elaborada en la película, que destaca por su paleta de colores verduzcos y la imagen granulada, enaltece los estados emocionales de los personajes y la atmósfera de tedio en la cual habitan.

Las moscas están siempre volando alrededor de estos recicladores, como un recordatorio del estado de miseria en el que se encuentran. Ellos parecieran estar acostumbrados a esta condición, pero son personas con ambiciones de algún día llegar a tener una vida mejor.

Aliaga y Lora construyen a los personajes con empatía y naturalidad. Estas personas cuentan su historia por sí mismos, con la cámara como un mero testigo la mayoría del tiempo. Este acercamiento, sin embargo, no es constante durante toda la película.

En determinados momentos la intervención de los directores es evidente, esto en sí mismo no es un elemento negativo, no obstante, Aliaga y Lora pecan de falta de sutileza en algunas secuencias, como la presentación de interacciones poco naturales (ensayadas tal vez) entre los personajes, particularmente en las escenas donde los miembros de la comunidad realizan obras de teatro, así como el uso de la imagen de Donald Trump para reforzar innecesariamente el discurso político del filme, que ya de por sí era muy claro.

También se puede resentir el uso artificial que se le da a la música orquestal, con el objetivo de fortalecer el dramatismo en ocasiones donde este recurso sobra.

A pesar de estos hincapiés, la historia nunca deja de calar en el espectador gracias a la potencia de su discurso y su relevancia social y humana.

La cámara nunca sale de la comunidad, esto es todo lo que llega a conocer el espectador, este lugar cuyas idiosincrasias lo convierten en un mundo con vida propia, en el cual las esperanzas de progreso son casi inexistentes.

Armando Quesada Webb

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