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Tschik, por Hammurabi Hernández

Conocido por abordar en su filmografía los conflictos culturales de la Europa Oriental, sorprende que el director turco-alemán Fatih Atkin haya decidido para su último largometraje la adaptación de una novela para jóvenes adultos, una de título Why We Took the Car, del alemán Wolfgang Herrndorf. Parece una decisión sospechosa, pero en Tschick se observa con plenitud la insolencia y el espíritu indómito que lo caracteriza. Atkin traza un filme explosivo e irracional, guiado por el dolor de un adolescente llamado Maik, que se siente invisible y a quien le resulta imposible entender el rechazo de una chica y el abandono emocional de sus padres.

Sin embargo, aunque Tschick tiene a un protagonista que responde al arquetipo de un joven blanco y tímido, la atención se sostiene en el amigo que conoce, y cuyo apodo refiere al título de la película, un chico de rasgos mongoles, de nombre ruso y que se identifica como judío gitano, contradicciones que hacen que su identidad resulte irrastreable y su historia un misterio para el espectador. Es un personaje que resulta divertido por sus extraños comportamientos y su supuesta desfachatez, pero que permite abordar con ligereza las implicaciones de una Alemania multicultural, de los grupos de migrantes que en la dinámica por integrarse al país pierden su trasfondo y sólo pueden ser percibidos como amenazadores.

Esta amistad se suscita en una road movie, un viaje que emprenden Maik y Tschick de Berlín a un destino al parecer inexistente, y que atraviesan con imprudencia en un carro robado. Es un viaje que avanza de forma precipitada debido a la decisión de los personajes de nunca conducir de regreso, incluso frente a caminos cerrados o ante la amenaza de la policía, por lo que propicia diversas situaciones entre curiosas y absurdas. Conocen a Isa, una chica unos cuantos años mayor, que vive en una condición de indigencia pero que confiesa su intención de viajar a Praga para regresar con su familia. Aunque el personaje de Isa insinúa un despertar sexual en Maik, su relación se torna anticlimática ante la ingenuidad del chico, lo cual está en sintonía con esa condición prematura que vive como adolescente.

Si bien la historia de Tschick recae en ciertas convenciones narrativas y en esquematismos de la literatura juvenil, Atkin impregna a la película de una vitalidad que puede ser de interés en el público joven. La camaradería que se forma entre Maik y Tschick por momentos es infantil pero respira cierto aire de libertad, cierta promesa de rebeldía ante el vacilante futuro de una generación. Es una historia anodina que encuentra respaldo y franqueza en el peso autoral de un realizador como Fatih Atkin.

Hammurabi Hernández

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