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Exiliar de la memoria

Exiliar de la memoria

“Para los hombres que nunca serán hijos. Para los hijos que buscan a su padre. Para los padres que ya no conocen a sus hijos. Para mis futuros hijos con los que finalmente puedo soñar”

–Bernard Bellefroid (dedicatoria final de La Regata)

Por Jaqueline Ávila

Tiempo suspendido documental de la realizadora de origen argentino, asentada en México, Natalia Bruschtein reflexiona sobre la fidelidad a la memoria, la reconstrucción de lo ya vivido, de cómo, al contar un hecho, se termina por adulterarlo, por difuminar su dolor, por olvidarlo, a partir de la historia de Laura Bonaparte, su abuela, quien evoca con su vida una doble lucha: la de ir en contra del olvido de la justicia histórica, al ser un elemento activo de la lucha de las Madres de Plaza de Mayo y del de sus propios hijos, desaparecidos en la Argentina militar de los años 70' y cuya única ancla al presente es, precisamente, el hecho de ser recordados por su madre.

Bruchstein es a la vez narradora y protagonista incidental de las piezas de memoria que su documental trae al presente con un relato que se siente empático, vivaz, antes que sensiblero o abrumadoramente dramático; la ópera prima de Natalia es un sentido homenaje a su abuela, diagnósticada con demencia senil, que al mismo tiempo se las arregla para dar crónica a partir de la lectura de los diarios, pensamientos, testimonios de factura poética -quizá fincada en la facilidad de escritura del argentino- de su protagonista y material de archivo como fotografías familiares o extractos de un documental a propósito de la causa de las Madres de la Plaza de Mayo, esa "Historia" argentina que se hilvana a partir de dramas particulares.

La tragedia de Bonaparte: tres de sus cuatro hijos "desaparecidos" entre 1975 y 1983, tres crímenes de Estado a los que dedicó su mente, esfuerzos, lucha y memoria, en la que se aglutinaron durante décadas y los que, quizá por desición propia, deja ir a cuentagotas conforme la demencia se apodera de la mente y lo nubla todo, y lo desaparece todo.

El acercamiento de Bruchstein a la historia de su abuela, en el que enbona satisfactoriamente sus propias inquietudes reflexivas respecto de la memoria recuerda, por un lado, el honesto y compasivo tono de First Cousin Once Removed de Alan Berliner, radiografía documental sobre el deterioro del poeta Edward Honig y su memoria debido al Alzheimer, pero también, la emocionalidad de una narración personal, surgida del entorno más directo del cineasta: su propia familia, como la de Vergiss mein nicht de David Sieveking, construida por el realizador alemán a partir de la exposición de la pérdida de memoria de su propia madre.

Sin embargo, la ópera prima de Bruchstein da un paso más adelante y proyecta la ambición de la propia directora, quien apuntala meditaciones sobre la memoria justamente y, casi metalingüísticamente, a través de la extracción del "no recuerdo" -simulado, quizá ficticio que, incluso, puede ser contradictorio al formato documental del filme- de su abuela; preguntas, fotografías que se ponen a los ojos de la octagenaria, que confrontan el olvido tal vez autoimpuesto que alguna vez fue motivo de combate, culto monstruoso de los hechos en su repetición para exigir justicia, hoy relato histórico, cinematográfico.

La implacable franqueza de Tiempo suspendido exige repensar a la memoria, esa que muchas veces no se puede explicar, que no se puede asir, que no tiene como ser y que deja una sensación de que, a veces, la existencia se ancla en los recuerdos no acabados.

 

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