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LA TIRISIA y el poder de la ambivalencia

LA TIRISIA y el poder de la ambivalencia

Celia Rodríguez Tejuca
Intentar desmitificar nuestras creencias como sociedad resulta siempre un proyecto arriesgado, más aún cuando el mito en cuestión es la maternidad. Este ha sido el propósito deLA TIRISIA(2014), película del director Jorge Pérez Solano, presentada en la Sección Oficial de Largometrajes Iberoamericanos de Ficción en el contexto del 29 Festival Internacional de Cine en Guadalajara. El relato nos traslada a un pueblo apartado en el desierto, donde un cartel de propaganda política nos dice irónicamente que “El futuro es hoy”. El tiempo padece una insoportable tranquilidad. La aridez reina y se adentra en los espacios de una existencia cansina y desanimada. En ese estado de pura calma, se desarrolla el conflicto de dos mujeres violentadas psicológicamente al extremo. Viven su maternidad de manera dramática, en una tensión que fluctúa entre la vida y la muerte como sujetos.
Pero este no es el único contrapunto que se experimenta con la película, también existe una vía doble a transitar entre el tratamiento de la imagen y la historia personal de estas jóvenes. La fotografía se ha esforzado en señalar de una manera preciosista los amplios cerros poblados de cactus, de una apariencia que por una parte es agresiva; pero que al mismo tiempo mantiene un ritmo vertical que hace de lo mostrado un entorno placentero. Se trata de simbolizar con la forma fálica del cactus la presencia recurrente de la masculinidad que desborda el mundo de estas mujeres, comentó el director de fotografía, César Gutiérrez Miranda, en conferencia de prensa. Las jóvenes se pierden en este paisaje, se diluyen como individuos.
Por su parte, la mirada hacia los interiores se esfuerza en conformar minuciosamente espacios llenos de color y  variadas texturas. La tragedia entonces queda eclipsada en la visualidad de estos contextos en los que el drama se desarrolla. De hecho, la violencia no se manifiesta nunca de forma explícita en la película: el abandono solo se sugiere, la violación sexual nos es ocultada. La violencia es mucho más sutil, se vive entonces al interior de la propia historia: en la palabra como acto comunicativo que hiere, en las miradas de tristeza contenida y en los efectos de la puesta en crisis de sus personalidades. Ciertamente, esto provoca un extrañamiento que ayuda a reafirmar el sentido de llevar la procesión espiritual por dentro.
La maternidad también provoca un doble efecto. Por una parte, se ubica Cheba, personaje enmarcado en el modelo clásico de tragedia, que espera junto a sus niños la vuelta de su marido y acaba de tener un tercer hijo de otro hombre del pueblo. Se ve obligada a desprenderse de su bebé, pues el retorno de su esposo implica el ocultamiento de su secreto. Este acto de dejación le provoca súbitamente la muerte psicológica, una ausencia de creencias y de socorro espiritual. Una escena ciertamente notable es aquella en la que deja ir por el río el cordón umbilical del recién nacido. Un mar de pétalos-lágrimas es arrastrado por la corriente junto a este último enlace que durante mucho tiempo la comunicó con su descendencia. En una línea opuesta, se coloca Serafina, joven que espera el fruto de la violación de su propio padrastro. En principio no quiere ser madre; pero su hijo la devuelve a la vida. De cierto modo la hace persona, la purifica como el blanco de la sal y le ayuda a tomar una decisión tan determinante como abandonar la existencia desequilibrada de su seno familiar, en el que la madre también se comporta de manera poco paradigmática. Hasta este momento parecían mujeres sujetas a un orden machista que las superaba, encerradas en su destino; pero Serafina viene a comprobar la posibilidad del cambio, del sueño.
La contrapartida masculina también tiene sus peculiaridades; aunque es justo decir que sus conflictos son minimizados ante el debate interno de las mujeres. Silvestre, padre de ambos niños, es el típico sujeto autocentrado, ahogado por el contexto en el que vive, deseoso de conocer otros espacios. Su tiempo transcurre contemplando los aviones con cierta añoranza, mientras él ―como lo señala el cartel de su camioneta― continúa “volando bajo”. Experimenta una nostalgia por una realidad que desconoce; pero que ciertamente tiene otro ritmo, otra cadencia, otro dinamismo que le urge. En otro sentido, se nos presenta el amigo homosexual de Cheba, Canelita, el único ser que en este mundo árido transpira dulzura y calidez, la única persona capaz de encontrar la vida y el alimento en el desierto. Él es el representante de las esperanzas en este universo de cansancio y abatimiento del alma; pero ¿realmente es feliz este personaje?, ¿en qué se basa ese espíritu positivo?
Asimismo, uno de los elementos notables en el filme es la ausencia de sonidos fuera de la narración, todo lo  que se escucha tiene su origen en el mundo de la película; aunque se encuentre fuera de campo o su entrada se coloque al final de la escena anterior. Sin lugar a dudas, este recurso brinda un ascetismo sonoro que provoca cierta sensación de realidad, de ausencia de artificio, y nos termina aproximando al universo relatado. Acá el silencio logra expresar mucho más que la más suave melodía: un mutismo que todo lo llena, que dilata el tiempo y coloca nuestra emoción en los lugares más íntimos.  
No obstante, se pueden señalar puntos débiles en la película como la relación oculta de Canelita con un soldado, así como la recurrente aparición del punto de control del ejército ubicado en el camino. Estas son intromisiones que restan solidez al relato y que, más allá de mostrar un mapa de la vida del lugar, generan cabos sueltos que incomodan en el momento de la recepción. No ocurre así con las escenas de la plaza y la iglesia, que sí vienen a completar el entendimiento de la dinámica del lugar, las expectativas de sus pobladores, sus creencias y sus distracciones en un contexto cerrado en sí mismo.
De este modo, el director ha realizado un arriesgado ejercicio narrativo que se sirve de la ambivalencia como estrategia discursiva. Denuncia la situación de opresión de la mujer mexicana; al tiempo que muestra el acto de abandono que puede hacer una madre de sus hijos ante imperativos sociales. De los constantes contrapuntos brotan las emociones de este relato, donde la corriente de la tirisia se mueve entre los cactus del desierto y contagia con su desánimo a la vida.

Ficha técnica: LA TIRISIA. Dirección y guión: Jorge Pérez Solano. Producción: César Gutiérrez Miranda y Jorge Pérez Solano. Fotografía: César Gutiérrez. Intérpretes: Adriana Paz, Gustavo Sánchez Parra, Noé Hernández, Gabriela Cartol. México, 2014.

Rodriguez Celia

Celia Rodríguez Tejuca          
Crítico Cinematográfico         
Cuba
En la actualidad, estudia Historia del Arte en la Universidad de La Habana. Ha cursado talleres y conferencias organizados por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), el Instituto Superior del Arte (ISA) y la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños (EICTV) sobre guión, producción, edición y antropología visual. Es miembro del grupo editorial de la Revista Estudiantil Universitaria Upsalón, en la que dirige la sección sobre cine, Travelling. Colabora habitualmente con artículos de opinión sobre cine y artes visuales en revistas como: Cinecubano, La Gaceta de Cuba, Noticias de Arte Cubano y Upsalón, y en portales digitales como: Cubacine y el Portal Centroamericano de Cine, Video y Animación. Actualmente, se encuentra realizando su tesis de licenciatura en el tema: EL IMAGINARIO DEL HÉROE DE LA REVOLUCIÓN en el documental cubano producido por el ICAIC entre 1959 y 1971, cuyos resultados parciales fueron seleccionados para ser presentados en el XXXII Congreso Internacional de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA), que tendrá lugar del 21 al 24 de mayo de 2014, en Chicago, Estados Unidos.

   

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