El paraíso ofertado por Sebastián Hofmann
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Cuando pensamos en el paraíso imaginamos un lugar extenso, agradable, lleno de energía y color. Pero sabemos que estas imágenes forman parte de una efímera existencia que se apaga conforme se aleja del contacto humano. Quizá esta es la idea que, al igual que en Halley (2012), su primer largometraje, el mexicano Sebastián Hofmann nos quiere vender en Tiempo compartido (2018).
Al contrario que su opera prima, donde el paraíso está derruido de inicio, en su más reciente película la construcción visual sugiere que lo irá descomponiendo a lo largo del metraje. Poco a poco, el idilio que ofrecen esas “experiencias” que intentan vender los hoteles de lujo se convierte en un espectro inquietante soportado por una idea cromática de delirio. A partir del cruce que tendrá un turista molesto que tiene que compartir su habitación por sobrecupo y un trabajador del hotel, el realizador vende la idea del paraíso a partir del comentario social y las dinámicas familiares, bajo una forma que recupera el carácter estilizado que presentó en su primer largometraje.
El edén presentado aquí se transforma por la psicosis y la vulnerabilidad emocional, agotado por una idea de felicidad que, muy al contrario de la belleza y hastío de las protagonistas que pueblan la trilogía filmada por el austriaco Ulrich Seidl entre 2012 y 2013, encuentra su raíz en un tratamiento llano de la desesperación psicológica y el confort social, temas del reciente cine mexicano independiente que aún intenta encontrar un lugar en la audiencia.
Edgar Aldape Morales
Marzo 2018