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Términos intercambiables. Un comentario a Bruma de Max Zunino.

Términos intercambiables. Un comentario a Bruma de Max Zunino.

Por Rafael Guilhem

Filmar no es un suceso reducido al ámbito tecnológico. No es producto de un desarrollo histórico materialista ni tiene que ver únicamente con capturar la realidad desde un dispositivo audiovisual. El cine, como decía Alexander Kluge, es tan sólo una continuación de los sueños por otros medios. En ese sentido, las imágenes y sonidos tienen la posibilidad de ir más allá de sí mismos; de ser atravesados por los paisajes extensivos del pensamiento.

Bruma, de Max Zunino, carece en primera instancia de una pregunta por el cine y la particularidad de cada decisión; de todas las variantes posibles para reordenar las cosas sensiblemente. Se puede ver claramente en los insistentes cortes -a manera de videoclip musical-, que no son más que elipsis casi físicas por quedarse en la fisionomía de la imagen, en su apariencia. Importa lo que se ve pero no el parpadeo; importan los ojos pero no la mirada. Importan los diferentes autorretratos que se hace Martina, no por el tiempo que abstraen ni por el rostro que restauran, sino por los pixeles que quedan y la máscara que con estereotipos recubre sus gestos y movimientos.

Los eventos se inventan, las acciones dan rodeos a las cosas para armar un itinerario, y eventualmente, una película. Bajo los indicios de Zunino, Alemania podría ser Palestina; lo queer podría alinearse y el embarazo podría ser un aborto. En una poética donde todas las cosas tienen el mismo peso, dudamos si los viajes, las drogas y el travestismo no son más que la vanidad de una falsa radicalidad.

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