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Las mujeres del pasajero. ¿Un documental sobre el amor?

Las mujeres del pasajero. ¿Un documental sobre el amor?

Anaeli Ibarra Caceres

Uno de los tópicos más abordados por el cine en su historia ha sido el amor. El amor como proceso crucial en la comunicación, el amor como fuente de sufrimientos y frustraciones, el amor como constructo cultural o simplemente el amor…. Sobre este tema, pero a través de cuatro camareras de un motel, discurre el documental chileno Las mujeres del pasajero, del año 2012, codirigido por patricia Correa y Valentina Mac-pherson. Durante cuarenta y cinco minutos el material nos expone las tensiones que se dan al interior del motel de Santiago, el Marín 014. Así, el filme nos sugiere los múltiples encuentros corporales, psicológicos y emocionales, que experimentan los sujetos en esos parajes, pero también evidencia el rol que ha desempeñado este sitio, con toda su carga cultural, simbólica, y pornográfico-erótica, en la vida de esas cuatro mujeres que trabajan en el motel. Son los relatos de las camareras, dirigidos directamente a cámara, los que desatan el drama.

En ese sentido, el motel encarna dentro de la historia la fuerza agresora, interpreta el papel del agente agresor. Se le identifica y caracteriza como todo lo opuesto al amor, el compromiso y la fidelidad. El motel es superficial, promiscuo, desleal y agresivo, mientras, por otro lado, las camareras nos transmiten su experiencia del verdadero (des)amor. Y eso lo corroboramos en la alternancia de planos: plano de una camarera hablando al aparato fílmico, narrando cómo es en lo afectivo su relación con este espacio, quién es su pareja amorosa y cómo es el vínculo con ella; corte directo y aparecen imágenes del motel. Lo que nos muestran y dicen esas imágenes es que ese sexo es sucio: el vómito, el semen, la cocaína, la habitación desecha. La cámara busca los restos del placer y se cierra sobre ellos en primeros y primerísimos planos, se empeña en hacerlos visibles. Estos detalles adquieren entonces un valor indexical, pues nos remiten a algo que ya fue: el sexo, la consumación de un deseo. No son planos descriptivos, son más bien narrativos, por la función que cumplen, pues expresan y fundamentan el punto de vista de las autoras.

Este punto de vista entra en contradicción con los relatos de las camareras y la perspectiva que ellas introducen, pues mientras las realizadoras quieren hablarnos a través de los detalles que para ellas precisan a este espacio, esos mismos detalles son vistos de otra forma por las camareras. Y contrapuntean, de modo que, en primer lugar, la tesis del documental no le queda muy clara al espectador y, por tanto, la posición ética de sus autoras frente al tema que abordan tampoco es evidente; en segundo, esas imágenes que sirven de argumento a las realizadoras se convierten en un contrasentido en la medida que avanza la narración y constatamos cómo el propio espacio ha constituido un detonante en la vida sexual de estas mujeres.

Inconscientemente este documental asume como naturales conceptos que responden a una visión machista del mundo. El propio testimonio que ofrecen las entrevistadas sobre la manera en la que entienden el amor y cómo se entregan nos lo corrobora. Por ejemplo, una de ellas afirma querer aventurarse a tener sexo en un motel, sin embargo, su marido, un hombre con experiencias diversas e intensas, considera que no. Si él lo dice, pues no hay discusión, no hay por qué cuestionarlo. Y esta manera de entender la vida de acuerdo a una ideología machista, también se percibe en la división de los espacios: el motel-la casa (el ámbito de lo doméstico), lo privado-lo público, afuera-adentro.       

Otro aspecto de Las mujeres del pasajero es cómo se desplaza de un género a otro: del documental a la ficción, según convenga para sostener un criterio. Por un lado, apela en ciertos momentos a los códigos de la modalidad documental de observación, aunque tampoco es muy fiel a esta; por otro, instrumenta técnicas de la ficción. Sus realizadoras no solo se atienen a colocar la cámara y registrar lo que está ocurriendo delante de ella, sino que opinan y nos ofrecen su juicio sobre ese contexto. Y lo hacen a través del montaje, por la forma en la que disponen, organizan y ponen a dialogar una serie de imágenes sobre ese espacio, pero también en la manera en la que está conformada esa imagen, el tipo de plano, el encuadre, los objetos y los personajes dentro del campo.

Generalmente se trata de una toma fija, con el ángulo de visión muy próximo a la altura del suelo, con encuadres inusuales; más bien como si la propia cámara no quisiera mostrarnos esos espacios que registra el lente. Los personajes entran y salen del cuadro constantemente; mientras tanto la toma sigue fija y solo oímos sus voces en off, y así vuelven a entrar y a salir, pero no los identificamos. La imposibilidad de invadir el espacio público de los amante y exponerlos a la mirada de una multitud de espectadores, también obligó a sus realizadoras a enmascarar el proceso de rodaje, a disimularlo, como si se tratase de una cámara oculta (en realidad lo fue) o del registro de una video-vigilancia.

La relación con el fuera de campo cobra una gran significación en este corto documental, pues nos da fe de algo: de un espacio que queda sustraído a la mirada del espectador pero que, a la vez, está presente. El fuera de campo en Las mujeres del pasajero nos habla de una presencia problemática, de algo prohibido, actualizable solo por un aspecto relativo: su vínculo con aquello que sí vemos, las camareras. Ese conjunto vasto que se prolonga más allá de la limitación del cuadro es el espacio de la intimidad, del sexo.

El detalle visual tiene, por otra parte, un valor metonímico. Por ejemplo, el énfasis en la cama, un objeto muy reiterado en la fotografía del documental, aunque no el único. La cama expresa algo más, aunque sea solo una parte de ese todo que enuncia. La cama es el lugar destinado a la consumación del amor (entre otras tantas cosas), un acto durante el cual dejamos entrar a alguien más a un universo que no nos pertenece exclusivamente. Compartir la cama no solo implica compartir un espacio, sino exponer el verdadero rostro, aquel que disimulamos y protegemos a toda costa, porque el mostrarnos exactamente como somos – con nuestros defectos y virtudes, nuestras fortalezas y debilidades- nos hace socialmente vulnerables. Allí, incluso cuando el amor no sea el móvil de la entrega, se da mucho más que el cuerpo. Pero, por otro lado, la cama es también el contenido de trabajo de las camareras: ellas deben limpiar las huellas de eso que aconteció sobre las sábanas.  

Ese lado oscuro que mostramos durante la entrega se halla representado en el corto documental a través no solo de los objetos, como la cama, sino también de los sonidos. Esos sonidos extradiegéticos en los que escuchamos los gemidos (lástima que solo hayan sido gemidos femeninos, mientras el macho se esfuerza por complacer y dar placer), nos hablan no solo del amor, el sexo (el sexo más bien del lado de lo sucio, lo carnal, quizás una visión plagada por prejuicios religiosos), sino de aquello que disimulamos todo el tiempo, ese lado que no mostramos y que expresamos en un orgasmo, como si tuviésemos la posibilidad de salirnos de sí, de dejar de "ser".

La elección de esta manera de narrar visualmente está en función de la tesis que manejan sus autoras; sin embargo, esa puesta en encuadre termina negando, o al menos desestabilizando, la visión de sus propias realizadoras. Lo que se narra, quién narra, desde dónde y cómo lo hace, marcan sustancialmente el resultado fílmico, contradiciendo, reafirmando o contrapunteando, en muchos casos, los objetivos iniciales propuestos. Por eso, prefiero pensar que Las mujeres del pasajero es más bien un corto que habla sobre aquello que llevamos reprimido, sobre lo latente, y no un documental que reproduce estereotipos machistas y relaciones binarias: amor-sexo, pornografía-erotismo, pasivo-activo…..

El amor se entiende dentro de ese proceso crucial para el hombre que es la comunicación: puede surgir de una mirada, de un gesto, de una palabra, e incluso, porqué no, también del sexo. Porque no hay sexo sin comunicación, de qué forma puede uno abrazar, besar, morder, gritar, sino es comunicando. Durante el encuentro carnal vamos intercambiando emociones, sentimientos, remordimientos; puede ser un encuentro casual, una cita planificada, pero siempre hay sexo, ya sea legítimo, tierno, o una mezcla de todos ellos….. Pues a fin de cuentas, no existen actos de pureza total, cada una de las cosas que hacemos en la vida está contaminada de otras, y el sexo no escapa a eso.

 


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Anaeli Ibarra Cáceres

Critica Cinematográfica

Egresada de la Facultada de Artes y Letras de la Universidad de La Habana (2010) en Historia del Arte. Trabaja como editora en el Sello Editorial ArteCubano, donde edita varias publicaciones culturales. A la par se ha desempeñado como crítico de cine, y ha colaborado en varias publicaciones nacionales, entre ellas CineCubano, revista del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica de Cuba (ICAIC); también en el Bisiesto, publicación trimestral de la Muestra Joven del ICAIC; en la revista digital de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, la revista digital del Festival de Rotilla (La Habana, Cuba), la revista digital de la Asociación Hermanos Saínz, asociación cubana que nuclea a los jóvenes artistas y críticos. Ha ejercido la docencia, y ha impartido cursos sobre Apreciación audiovisual e Historia del cine en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana para grupos de pregrado; por ello ha obtenido la categoría de profesor instructor que otorga la propia Universidad. Hace diecisiete meses conduce la sección de crítica especializada del programa televisivo "Nuevos Aires" para el canal Cubavisión Internacional del Instituto Cubano de Radio y Televisión. En el 2011 ingresa a la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica. Hoy cursa la maestría en Historia del Arte e investiga sobre la creación audiovisual cubana contemporánea.

   

 

 

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