Talents Guadalajara

El ardid de las apariencias

Por Karina Paz Ernand  

Que difícil cuando un filme nos despierta sentimientos encontrados.  Ciudades desiertas (España-Brasil-Canadá /2016), sin lugar a dudas, lo consigue.

El tercer largometraje del director Roberto Sneider, se encuentra compitiendo en la 31ra edición del Festival Internacional de Cine de Guadalajara. Seducido por la adaptación de textos literarios al cine (Dos crímenes, Arráncame la vida), en esta ocasión nos obsequia con una cinta de humor ácido, protagonizada por el reconocido actor Gael García Bernal. Basada en la novela del mismo nombre, del escritor mexicano José Agustín Ramírez Gómez, Ciudades desiertas nos presenta la historia de Eligio, un carismático y mediocre actor, que vive de farra en farra, sin advertir que su tiempo de vida personal y profesional se le va escapando como agua entre las manos. Ser abandonado inesperadamente por su mujer le obliga a emprender un viaje, tan desenfrenado como su propia existencia, hacia una pequeña ciudad del centro de los Estados Unidos, donde espera hallarla.

Este se convierte en el telón de fondo de una “historia de amor a la mexicana”, que según el propio Sneider era lo que mas le interesaba relatar. El contexto enrarecido desde el punto de vista cultural y paisajístico, provoca un cierto extrañamiento en la historia romántica que se nos cuenta, haciéndola transitar al borde del mismo abismo donde se asoma a cada instante el personaje principal, construido a partir de excesos que nos hacen balancearnos de extremo a extremo, del candor romántico a la risa desenfrenada.

Lástima que la desigual interpretación de los personajes protagónicos, mengüe la fuerza dramática y la carga humorística de la historia. Mientras Garcia Bernal se desdobla camaleónicamente, regalándonos un personaje plagado de carisma y construido desde un humor ideosincrático y desde la mas pura honestidad, la actriz española Verónica Echegui no hace más que proyectar mohines caprichosos de cierto tono sensual, que ni siquiera llegan a convertir al personaje en un estereotipo. Por fortuna, la  divertida y coherente actuación de Gael García Bernal se roba toda la atención en pantalla y nos permite disfrutar de una de esas historias de amor desenfrenado, de ese que no admite cordura ni lógica de clase alguna; Gael se convierte en la historia misma.

Pero si bien la cinta nos divierte hasta el paroxismo, una segunda lectura nos conduce por senderos bien distintos.

Inicialmente, pareciera rescatar ese espíritu rupturista y contracultural que caracterizó a la generación de lo que se dio en llamar la Literatura de “la onda”, allá por los años 70, y de la cual José Agustín resulta uno de los principales exponentes. El machismo imperante en el personaje de Eligio (pretendida metáfora de imaginarios sociales), pareciera terminar cediendo ante la necesaria exigencia actual de emancipación de la mujer, aceptando el crecimiento profesional de Susana e incluso “tolerando” situaciones tan “políticamente incorrectas” desde el punto de vista hegemónico patriarcal, como la reiterada y visualmente consumada infidelidad femenina.

Pero, ojo, no nos dejemos engañar. La construcción misma de los personajes desmiente la supuesta propuesta discursiva. En primer lugar, Eligio puede ser un patán insufrible, pero con un carisma tal que nos conducen, invariablemente, a empatizar con él e incluso justificar sus excesos en nombre del amor. Aunque pareciera que el protagonista se ve obligado a ir moldeando su machismo latino, en aras de no perder a la mujer de su vida, Eligio nunca llega a comprender. Se limita a “tolerar”, con toda la lectura conceptual que genera el termino y que lo coloca en una cierta superioridad de tolerador ante tolerado. Susana, por más que aparente independencia y decisión, termina siempre abandonando lo que anhela desde el punto de vista profesional y personal, para ceder ante las exigencias de aquello que, disfrazado de gran amor, coarta sus libertades como ser humano. Se deja envolver en esa atmosfera de aberrado comprometimiento amoroso (quizás porque el “deber ser” social así lo dicta), para terminar justificando desde el punto de vista dramatúrgico, el desarrollo del personaje.

La escena final no podría resultar mas explicita. Aparentemente, Susana regresa, no porque nadie la obligue, sino porque ha cumplido su sueño profesional y ha comprendido que ama a su hombre. Pero, aunque el machismo aparente ceder y aceptar el regreso del gran amor, necesariamente la infiel debe sufrir un castigo. Las “jocosas” nalgadas parecen una opción adecuada para acentuar el humor. Pero la escena no hace mas que acceder al tradicional estereotipo visual de cierto morbo sexual, donde la “empoderada”  mujer queda reducida, maniatada…y para colmos, parece disfrutar del ritual a pesar de las protestas. Todo la conduce nuevamente a la sumisión y termina accediendo a pronunciar el esperado “te amo”, que lejos de antojársenos romántico, simula un nuevo acto de posesión.

El lobo ha hurtado una vez más la piel de cordero y se pasea de manera desenfadada por la pantalla, insuflando en vena estereotipos ocultos tras el humor. La “irreverencia” destila cierto tufillo a estafa.

 

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