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De corceles alados y otros sueños. Tres miradas sobre Boi Neon

De corceles alados y otros sueños. A propósito de Boi Neon
Yelsy Hernández Zamora

El paisaje del noreste de Brasil. Polvo, ganado; el erotismo latente en la rutina diaria del viaje en camión y el rodeo. Tal es el espíritu de Boi Neon (2015), multipremiado filme brasileño del director Gabriel Mascaro, donde un grupo de vaqueros traslada sus bueyes de un pueblo a otro para ofrecer el tradicional espectáculo conocido como vaquejada, al tiempo que comparte como una familia cada instante de su humilde existencia.

Desde una mirada despojada de rigidez, el espectador se adentra en el universo cotidiano de los personajes y se sorprende con la complejidad de su construcción. Cada uno arrastra anhelos e imposibilidades, y en la dualidad buey-caballo se traduce simbólicamente la capacidad de sublimar la frustración o el deseo. Es el caballo sinónimo de fantasías y sueños, aquellos que, como expresa Galega a su hija, nunca se pueden tener. De ahí que la pequeña Cacá, que inicia su adolescencia, viva obsesionada con la idea de poseer un animal, tal vez como sustituto de la figura paterna desconocida; que en las escenas de su danza erótica ante los vaqueros de los rodeos, Galega imite el andar de un equino, se disfrace con una máscara y oculte así su propia soledad; o que Iremar acaricie a una yegua con inmensa ternura, como acaricia el cuerpo de una mujer en medio de la fábrica de ropa que resume su aspiración a modisto. La iluminación artificial de esos fragmentos apoya el carácter onírico y poético de los sueños, y el montaje acierta al contraponerles las imágenes del trabajo con el ganado, de modo que a cada efímero instante de plenitud, sigue la realidad de todos los días, resumida en la figura torpe del buey.

Por otro lado, la declarada intención del director de romper con la lógica convencional de los estereotipos atraviesa la manera de mostrar el aparente contraste entre género y deber ser. Así, un vaquero, como Iremar o Junior, con toda su rudeza, puede también apasionarse por la costura o el cuidado del cabello, y una mujer joven y sensual como Galega puede conducir y arreglar un camión, sin que esto determine su inclinación sexual. En otro nivel, lo predecible queda igualmente subvertido en la relación diáfana del hombre con su propio cuerpo, y de la cámara con este. La franqueza con que se exponen los cuerpos desnudos en su habitual aseo o en las escenas de sexo, sin tabúes, imprime a las imágenes una marca de cotidianidad pocas veces alcanzado, y seduce al espectador con un cierto extrañamiento que se transforma rápidamente en cercanía.

Las excelentes actuaciones, así como el cuidado de la banda sonora y la escenografía, refuerzan el carácter naturalista de la cinta, sin dudas un filme palpitante y sincero que no debemos dejar de ver.

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