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La búsqueda de Venecia

La búsqueda de Venecia

Por Arantxa Sánchez

La inmovilidad alimenta el desasosiego, los temores y los resquicios de fantasmas que deambulan una tarde de salón de belleza en Cuba. Mónica (Marybel García), Violeta (Claudia Muñiz) y Mayelín (Marianela Pupo) son tres vidas que observan desde el bochorno de un sillón y la felicidad a medias de un día de paga.

Venecia (2014), del director cubano Enrique (Kiki) Álvarez, es un recorrido fluctuante por la cotidianeidad de estas tres amigas que, a pesar de sus diferencias y carencias, comparten lo único imborrable en las personas: su capacidad de soñar, desear. Y que a pesar de ser un rasgo con tintes románticos, Álvarez se aleja de esta carga y presenta un filme cobijado por una atmósfera pesimista.

Así, la habilidad del director al entrelazar ambos componentes es resaltado a través de una “no historia”: su rutina desde que llegan al trabajo, reciben su paga, recorren la ciudad y llegan a una discoteca. En apariencia, pareciera que la narración es lineal, sin embargo, la fuerza de Venecia está en sus personajes.

Resultado de un ejercicio de improvisación, la puesta en escena añade un componente natural y transparente que se expresa en diálogos sencillos y situaciones comunes que Álvarez convierte en ópticas muy particulares para ver el mundo, formas metafóricas en donde sus aspiraciones, grandes o pequeñas, son exteriorizadas poco a poco.

El acercamiento a cada óptica pasa por un recorrido en donde cada una de ellas desnuda poco a poco su fragilidad: Mónica por medio del sexo, Violeta a través del desamor y Mayelín al exponer su cuerpo. La esperada libertad adquirida por medio de la fiesta no llega y en su lugar comienza una autoexploración espesa que pone a prueba las verdaderas motivaciones en cada una de ellas.

Sin embargo, a pesar de lo que podría significar esa libertad –el dinero, los planes, la fiesta-, Kiki Álvarez hace uso de una cámara intimista, cerrada, cercana, claustrofóbica con constantes planos cerrados y fuera de foco. Conforme la película adquiere ritmo, se ponen sobre la mesa nuevas aristas en donde quizá ellas no están preparadas para asumir la búsqueda y en lugar de ello, aceptan el momento en el que viven.

Si bien muchas de las imágenes que nos ofrece Álvarez nacen desde el cliché (tres mujeres que miran hacia el horizonte, la experiencia casi onírica con un personaje transexual, por ejemplo), el momento álgido en donde se puede alcanzar este objetivo es cortado de tajo y trasladado a una atmosfera de incertidumbre. Así, en el filme la reconquista de ellas mismas es incompleta.

Aunque los temas que mueven a cada una de ellas son universales (bien podría ser el hombre desde el sexo, el desamor y el cuerpo), al ser situados en mujeres habría que cuestionar por qué toda expresión femenina necesita ganar victorias y encontrar respuestas, pues la carencia de rumbo y perspectivas en contextos contemporáneos son una constante en cualquier individuo.

En ese sentido, Kiki Álvarez se sale del prototipo narrativo y pone sobre la mesa una Venecia que no resalta emancipación alguna, fortaleza o redención pues cada una de ellas tiene sobre sí una esencia nebulosa construida desde el contexto cubano, su historia de vida y las decisiones que inevitablemente tendrán que tomar.

Mónica, Violeta y Mayelín comenzaron esta exploración una noche en la Habana y encontraron en la palabra “Venecia” la representación de sus sueños y aspiraciones (un salón de belleza propio) para darse cuenta que el sopor y la angustia también pueden ser componentes básicos para apropiarse de una vida, su vida.

 

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