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Pelo Malo: el peso de la diferencia

Pelo Malo: el peso de la diferencia


Celia Rodríguez Tejuca

Pelo Malo (2013), tercer largometraje de la directora venezolana Mariana Rondón, presentado en la Sección Oficial de Largometrajes Iberoamericanos de Ficción en el contexto del 29 Festival Internacional de Cine en Guadalajara, es de esas películas en las que confluyen varios universos en un mismo espacio-tiempo: la sexualidad, la familia, la sociedad y la política. Todo alcanza su feliz coordinación por medio de un relato clásico que nos aproxima al mundo de Junior, un niño de 9 años que tiene la constante voluntad de mejorar su imagen cambiando el aspecto de su pelo rizado a lacio para sentirse más a gusto. Su obsesión provoca la puesta en tensión con la sociedad machista en la que crece y, específicamente, con su madre, mujer que asume en el seno familiar el rol paterno. Ella sospecha una posible orientación homosexual en su hijo, por lo que su personaje pone constantemente en crisis la relación afectiva entre ambos, llevando al límite la posibilidad de entendimiento.
Como se había apuntado, existe una intención marcada por parte de la realizadora de brindar marcas cronotópicas que ubiquen al espectador en una sociedad específica, la venezolana y en remarcar las sensaciones de los individuos en esos espacios. En la gran urbe, la propaganda política inunda las calles, se le combina con códigos religiosos. Todo tiene una velocidad desbordada, un devenir desmesurado. La cámara en mano denota ese pulso citadino, en el que el sujeto se pierde, se anula ante su macroentorno. Los sonidos se vuelven chirriantes; la ciudad parece gritar.
Por su parte, el barrio y el hogar muestran una quietud perturbadora. Sus habitantes parecen no hacer nada. Sabemos que abajo se han disparado tiros; pero solo se da como información sonora. La imagen se carga entonces de nuevos sentidos. Nos encontramos en una suerte de villa-miseria con sus edificios modulares, donde la vista que se tiene desde la ventana es la casa del otro. La visión queda así limitada, obstruida por aburridos edificios de monumental y aplastante estructura. En la casa todo es mucho más tranquilo, con su baja iluminación... de modo que las imágenes parecen estar escondidas tras un filtro de polvo. Acá también llega la propaganda, y con ella la publicidad que impone modelos de vida, que dicta cuál es el cabello ideal. Los niños sueñan con ser importantes figuras mediáticas: una Miss Venezuela, un cantante famoso; pero la realidad no acompaña a sus sueños, y esto provoca un reajuste que se expresa, ya desde edades tan tempranas, en un gusto desbordado por lo artificial y ajeno culturalmente.
Además del conflicto principal del niño con su madre, se suma una línea dramática que le da cierre a este segundo personaje. La lucha cotidiana en la búsqueda de medios para criar a sus hijos y ofrecerle condiciones mínimas de existencia. Esto la lleva al quiebre de su moral, al trato sexual con su futuro jefe; sin embargo, resulta una fractura sin mayores repercusiones negativas para su vida interna, más bien aprovecha la coyuntura para aleccionar a su hijo, para mostrarle un mundo para el cual todavía no se encuentra preparado.
Sin embargo, el verdadero conflicto de la historia, aquel que lleva a los personajes desde el principio al fin es la compleja relación entre Junior y Marta, su madre. Ella ve en él cierta orientación homosexual, que comprende como una vejación maldita, una enfermedad provocada por algún desorden físico (y es aquí donde se asoma el cliché), de una forma muy esquemática. A fin de cuentas, Junior es un individuo todavía en definición, que quizás se expresa de una manera otra; pero que difícilmente tiene alguna conciencia de su gusto sexual. Todavía se encuentra en un proceso de exploración de su cuerpo, de sus gustos, en fin, de su identidad. El filme logra comunicar esa relación de tensión entre ambos personajes, su curioso vínculo de atracción-repulsión.
Somos colocados en una zona de protesta contra los maniqueísmos y juicios de valor absolutos y superficiales. Quizás la escena que mejor lo ilustra es el último momento en el que vemos juntos a Junior y Marta. Ella dice que lo va a mandar a vivir con su abuela; pero él se niega y en su súplica le pregunta si todo se solucionaría con cortarse el pelo. Ella le brinda la máquina afeitadora y es en ese instante cuando se nos presenta la imagen monumental del niño rapando su cabeza con una expresión muy contenida, pero agresiva al mismo tiempo. Se logra un primer plano capaz tensar las cuerdas de la emoción de cualquier público.
Hasta aquí pareciera que nos encontramos ante otra película grandilocuente más. Sin embargo, lo que hace que el filme se crezca es su marcada intención de dejar definida a través de imágenes y sonidos una tesis sobre la sociedad. Junior detiene su gesto y le pregunta a su madre ¿qué va a ocurrir cuando me vuelva a crecer el pelo? El tiempo del relato se abre así hacia el futuro. Y en este punto pudiéramos preguntarnos si acaso la identidad es una vestimenta que se porta para que todos nos reconozcan como sujetos individuales y diferentes o, por el contrario, se trata de una construcción interior complejísima que pudiera expresarse al exterior.
No obstante, la directora no se queda allí y decide mostrar el conflicto en un ambiente mayor. Después de la escena comentada, una vista cenital de una escuela primaria acompañada de la melodía del himno nacional de Venezuela se nos presenta. La planificación cambia súbitamente, la cámara busca en la fila el rostro del niño, pero su  imagen es muda… Junior ha decidido tomar partido. Si las instituciones que nos definen como sujetos sociales no coordinan con la identidad que construimos para nosotros mismos, entonces por qué entonar su canción, por qué diluirse en la masa maleable y homogénea de la sociedad. Simbólicamente, entonar el himno deviene una elección de cada cual, un derecho que nos debe pertenecer a todos por igual. De este modo, Mariana Rondón ha apostado por la diferencia en su más alto sentido, la diversidad que afirma singularidades y nos conforma como individuos.

Rodriguez Celia

Celia Rodríguez Tejuca          
Crítico Cinematográfico         
Cuba
En la actualidad, estudia Historia del Arte en la Universidad de La Habana. Ha cursado talleres y conferencias organizados por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), el Instituto Superior del Arte (ISA) y la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños (EICTV) sobre guión, producción, edición y antropología visual. Es miembro del grupo editorial de la Revista Estudiantil Universitaria Upsalón, en la que dirige la sección sobre cine, Travelling. Colabora habitualmente con artículos de opinión sobre cine y artes visuales en revistas como: Cinecubano, La Gaceta de Cuba, Noticias de Arte Cubano y Upsalón, y en portales digitales como: Cubacine y el Portal Centroamericano de Cine, Video y Animación. Actualmente, se encuentra realizando su tesis de licenciatura en el tema: EL IMAGINARIO DEL HÉROE DE LA REVOLUCIÓN en el documental cubano producido por el ICAIC entre 1959 y 1971, cuyos resultados parciales fueron seleccionados para ser presentados en el XXXII Congreso Internacional de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA), que tendrá lugar del 21 al 24 de mayo de 2014, en Chicago, Estados Unidos.

 

   

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