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Ernestina y la gente del río

Ernestina y la gente del río

Por Raciel del Toro

Ernestina va a morir. Ernestina va a morir porque la gente se fue. Ernestina va a morir porque la estación de trenes ya no tiene lozas, por culpa de la gente del río. Ernestina va a morir porque ya no tiene hotel, ni peluquero, ni siquiera la caseta de seguridad que tanto añoró para controlar a la gente del río. Ernestina va a morir cuando los canosos que quedan ya no estén.

Pero antes de que Ernestina desaparezca, Martín Benchimol y Pablo Aparo han filmado su primer largometraje documental —La gente del río—, para precisamente retratar a Ernestina, pequeño pueblo rural de la provincia de Buenos Aires y, de paso, reflexionar en torno a la dejadez, el arraigo/desarraigo, la impresión de inseguridad y la marginalidad, esta última no como referencia a la delincuencia, sino como exclusión de la participación social y ausencia de sentimiento de comunidad.

El retrato del pueblo y sus personajes se manifiesta desde el mismo encuadre frontal de las entrevistas, cual fotos de familia enmarcadas y colocadas sobre la chimenea o en la pared de los recuerdos. La selección de este encuadre propende a esa sensación de que hemos llegado a la casa de la abuela, pacífica y acogedora.

Sin embargo, a Ernestina también ha llegado la psicosis que sufren muchas grandes urbes latinoamericanas: la inseguridad o, en varios casos, la idea de la inseguridad, propiciada en gran parte por el sensacionalismo de los medios de comunicación masiva.

A partir de esta premisa, los documentalistas logran mantener la tensión a lo largo del relato de los personajes, quienes coinciden en culpar de los actos vandálicos sucedidos en el pueblo a la gente del río, la gente proveniente de otras regiones que va a pasear al río. Los realizadores manejan con acierto el “dato escondido”. ¿Quiénes son realmente los vándalos? ¿Por qué lo hacen? ¿Cómo los habitantes de Ernestina están tan seguros de que los bandoleros provienen del río y no son del pueblo? Preguntas todas que Martín y Pablo jamás responden, pero sí sostienen el suspenso propio del thriller, aunque se abstienen de rebuscar un final impactante.

La cámara se convierte, entonces, en un habitante más de Ernestina. Los protagonistas del documental, generalmente, son retratados de manera cercana y mediante una luz cálida. La cámara parece un vecino más que escucha y comparte un café.

A su vez, esa misma cámara nunca se acerca a la gente del río (los “intrusos”), captados a través de una luz gris, mientras hay frío o neblina. Cuando se trata de exponer a la gente del río, el punto de vista de la cámara se aleja, como anciana insegura y escéptica que no desea mezclarse con los visitantes. Cuando más se acerca al río es cuando aparece un ahogado, y entonces la cámara es una chismosa del pueblo que llega a asomarse al puente para calmar el morbo que provoca la muerte por causas no naturales.

En el documental aparece una secuencia, muy corta, pero con una gran carga de significación, donde todos los personajes interrumpen su relato para escuchar el pito del tren; el tren como símbolo de la partida y la llegada, como alegoría del círculo de la vida.

El guarda de seguridad contratado también se cansa y se va. Ahora al pueblo le han asignado una patrulla de la policía (la cámara también la mira desde lejos) que irónicamente hace su recorrido y va a instalarse bajo el gran árbol a la orilla del río, junto a la gente del río, quizás a esperar a que Ernestina, finalmente, descanse en paz.

 

 


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Raciel del Toro Hernández

Crítica Cinematográfica

Estudia Periodismo, para luego trabajar en diversos medios de comunicación y como profesor de Realización Audiovisual en la Universidad de La Habana. En la televisión dirige dos cortos documentales. Comienza a escribir artículos sobre cine para la Página del Arte Joven Cubano (http://www.ahs.cu/). Luego empieza a publicar reseñas y críticas de cine en las revistas Dédalos, Cubanow, La Jiribilla y Cine Cubano, hasta que se convierte en crítico de cine regular de la Cartelera de Cine y Video, periódico del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. También escribe sobre cine en los diarios Cine Pobre Hoy, mientras realizaba las funciones de Asistente Ejecutivo del Festival Internacional de Cine Pobre de Gibara. Al trasladarse a vivir fuera de Cuba, trabaja en el área de Formación de la Empresa Audiovisual TALATALA, en Barcelona. Desde hace casi dos años forma parte del equipo de CINERGIA (Fondo de Fomento al Audiovisual de Centroamérica y Cuba), con sede en Costa Rica. En este país se ha enfocado en publicar críticas sobre cine centroamericano en el Portal Centroamericano de Cine Video y Animación, y también trabaja con la distribuidora de cine independiente Pacífica Grey.

   

 

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