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¿Documental o performance?

Yoshua Oviedo Ugalde

Al visionar el filme Margarita (2016) de Bruno Santamaría Razo surge la necesaria pregunta ¿quién dirige a quién? El proyecto se formula en torno a la figura de ‘Margarita’, a quien el director conocía desde joven y se había establecido una vinculación como de familia, de la disponibilidad de ella dependía el director.

Este carácter dubitativo sobre el proceso de filmación, se traslada al resultado final, en el que se observa una cámara al hombro moviéndose arbitrariamente mientras es trasladada para seguir al objetivo del documental.

Sin embargo, conforme Margarita va hablando sobre su vida, el director pasa de ser demiurgo de la obra a ser un personaje en la misma, así, se le ve sosteniendo el micrófono. Este cambio viene seguido por un viraje en cuanto a quién entrevista a quién, a partir de ese momento, la protagonista empieza a realizar preguntas, algunas, producto de sus desvaríos, y otras pertinentes a la situación del director. A tal punto, que uno de los momentos dramáticos del filme pasa por el director llorando fuera de cuadro porque se siente triste, mientras la cámara sigue mostrando a Margarita.

Esta ambigüedad descoloca al espectador, formalmente la cámara pasa a tener menor movimiento, su carácter estático deviene en un filme reiterativo, sobre un hombre de clase media alta que se preocupa por esa mujer a quien conoce desde niño, que no tiene hogar y le quiere facilitar uno, ante lo cual, ella se rehúsa a dejar las calles.

La carencia de una metamirada afecta a la obra en general, las escenas se suceden solo para mostrar las extravagancias de Margarita, pero poco se conoce de ella; ni siquiera cuando se ve el filme Eva y Darío (1973) dirigido por su tío, Sergio Véjar, Bruno Santamaría es capaz de contrastar a la mujer actriz del pasado, cuyo nombre profesional era Vania Véjar, con la mujer indigente del presente.

Pero ante todo esto, el director pierde la voz de su propio documental, su discurso se difumina y pasa a ser una especie de performance de Margarita con el resto del contexto fuera del cuadro. Tal es así, que la ciudad como un personaje se pierde con relación a la vida de Margarita.

El pretendido acercamiento que el director busca fomentar, pasa por su conciencia moral, pero para Margarita él sigue siendo un güero que habla con ella y cuando se cansa de la cámara así se lo hace saber, en consecuencia, el documental termina tan arbitrariamente como empezó.

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